sábado, 9 de junio de 2012

Historias de miedo

Historia de Vanesa: El espectro del aula

Se que esta historia puede ser algo increíble, muy dificil de creer, pero a unos cuantos amigos y amigas mías, nos pasó hace poco...
    Era un día gris, barrido por la lluvia. Desde el amanecer, hasta la hora de acostarnos llovió, aunque esa noche no creo que ninguno de nosotros haya podido dormir. Era la hora del almuerzo en nuestro colegio y nos tocó quedarnos en el salón a escamparnos.   Estabamos hablando bobadas, como casi siempre hacíamos. Eramos en total  diez personas las que estabamos juntas en un rincón del salón. Había muy poquitas personas aparte de nosotros, y todos sentados en el suelo, escuchando mucica, tocando guitarra, en fin...
-!Ahhhhh! -escuchamos gritar a una de las chicas que estaba con nosotros, nos asustamos y miramos hacia el lugar en donde ella estaba mirando, y alli, justo en una esquina que estaba diagonal a nosotros, un libro estaba levitando y moviendose de un lado a otro. La mayoría salió corriendo pero solo unos pocos nos quedamos en el salón. Aunque estabamos asustados, tambien estabamos emocionados. !Por fin habíamos visto un fantasma!...Pero la alegría se esfumó, cuando, de repente, la figura que sostenía el libro, se dejó ver. Un frío intenso recorrió nuestros cuerpos, era un niño, de no más de ocho años. No nos miraba, solo caminaba de un lado a otro leyendo, o fingiendo que lo hacía. Nuestra valentía se esfumó ante tal espanto y salimos corriendo y gritando del salón. Después de unos minutos, yo y otros tres amigos entramos nuevamente al salón, pero esta vez no había nada. Aquel niño fantasma no volvió a aparecerse, y el salón tardó tres semanas para volver a ocuparse, pues nadie quizo vover a entrar. Yo, aun sigo asustado y no me explico aquella  aparición...

Historia de Alba: Pasos entre la niebla 
  
 Junto con la noche llegó una niebla espesa que se posó sobre el pueblo.
Después de abandonar una fiesta, Pablo atravesó el pueblo a pie, envuelto entre los fantasmas de la niebla. Los pocos peatones que se apresuraban para llegar a sus destinos, y así escapar de la noche fría, aparecían de pronto entre la niebla, para desaparecer enseguida, aunque sus pasos se escuchan un buen trecho. Las luces de los autos, que avanzaban lentamente, se reducían a dos puntos amarillos, vistos desde la distancia, y apenas cruzaban por Pablo, pasaban a ser dos puntos rojos que pronto se borroneaban y desaparecían también.
Al tomar la ruta y alejarse de la claridad del pueblo, la niebla se cerró más sobre él, pero como había luna llena alcanzaba a ver sus pies y el borde de la ruta.
Al alcanzar la zona más despoblada, donde no llegaba ni el más mínimo rumor del pueblo, escuchó que caminaban detrás de él. Sin detenerse, giró un poco los hombros y miró hacia atrás, y vio que una cabra negra lo seguía de cerca.

Al detenerse la cabra también se detuvo, para luego retroceder y perderse en la niebla. Mas cuando avanzó, la cabra hizo lo mismo, y volvió a verla sobre su hombro, y notó que la cabra tenía algo raro en su cara, en su mirada. Entonces Pablo siguió caminando sin voltear y comenzó a rezar.

Se le erizó la piel al escuchar que el ruido que producía aquello que lo iba siguiendo,  ahora sonaba como algo que caminaba en dos patas; y de sólo imaginar la apariencia monstruosa que había adquirido aquella cosa, casi se desmaya de terror. Pero siguió, aunque con las piernas temblorosas, y no paró de rezar.
De un momento a otro ya no lo seguían, y pudo regresar a su hogar.
Según dicen, esa cabra es el mismo Diablo, que se le aparece a algunas personas para que después éstas relaten su aterrador encuentro, y así la gente siga creyendo en su existencia.

Historia de Mari Luz: Terror en el corazón

Adrián se quitó la camisa y se acostó en la camilla. Su madre había quedado afuera de la habitación por pedido del doctor. 
Mientras el doctor ajustaba el aparato de hacer electrocardiogramas, una enfermera adhería al cuerpo de Adrián unos electrodos conectados a cables. Cuando estuvo todo listo el médico se acercó y le dijo:

- Ahora quiero que quedes tranquilo y que no te muevas. ¿Ves esas rayitas que se están dibujando en la cinta de papel?, esas rayas representan tus latidos. Nosotros vamos a salir y te vamos a dejar un rato solo, ¿está bien?

- Sí - contestó Adrián. El médico volvió a mirar el aparato y salió junto a la enfermera.

Adrián estaba naturalmente asustado, pero de a poco comenzó a calmarse. Mas su calma no duraría mucho. De pronto se apagó la luz y quedó inmerso en una oscuridad cerrada. Inmediatamente escuchó pasos en el interior de la habitación, salían de un rincón que un instante atrás estaba vacío.

Lo que avanzaba en la oscuridad se detuvo al lado de la camilla, y Adrián sintió que aquel ser se inclinó hacia él.  Por alguna razón no podía gritar aunque sentía mucho terror.
Su corazón chocaba contra su pecho cada vez con más fuerza. De pronto la luz se encendió y, vio que a su lado había una enfermera fantasmal que no tenía cara, y que inclinada hacia él movía la cabeza como quien  busca algo que no encuentra, o como quien trata de rastrear un olor.
Su corazón dio un último salto y se detuvo. En el aparato comenzó a sonar un alarma. El doctor entró de golpe y detrás de él la madre de Adrián; pero ya era demasiado tarde. 
Ya lo habían llevado a la morgue cuando el doctor seguía examinando el resultado del electrocardiograma. El aparato había registrado el poder del terror, que puede matar fácilmente.     

Historia de Claudia:  El pasajero de atras

Mariela pasaba un paño por la mesa del living cuando escuchó que un auto llegaba a la casa.
Fue hasta el garaje y vio que su esposo, que se llamaba Joaquín, bajaba de un auto casi nuevo.

- Qué tal el cochecito que me compré, ¿te gusta? - dijo Joaquín.

- No creí que nos alcanzara para uno tan nuevo - comentó Mariela, y pasó la mano por el reluciente vehículo. Luego volteó hacia su esposo - No habrás quedado debiendo, ¿o sí?
- No, tranquila - le explicó Joaquín mientras la rodeaba con sus brazos - Salió bien barato. Ya sé lo que vas a decirme, pero no te casaste con un tonto, lo hice revisar por un mecánico, ¡está impecable!
- Podrá funcionar bien - objetó Mariela -, pero tal vez tiene algo más, no sé… ahora que lo miro bien, no me da buena impresión.
- Tú y tus impresiones ¡Jaja! No tiene nada malo. El dueño debía necesitar el dinero urgentemente o algo así.  De noche vamos a dar unas vueltas y vas a ver que te va a gustar.

Cuando llegó la noche salieron en su nuevo auto. Su casa estaba en un lugar apartado. Tomaron la ruta rumbo a la ciudad, de la cual se veía solamente un resplandor en el lejano horizonte.

Ella iba muy seria. Él lo notó y quiso iniciar una conversación, pero al mirar de reojo a su esposa, le pareció ver por el espejo retrovisor, que atrás había algo, mas al fijar la vista el asiento trasero estaba vacío.
Ahora él también iba serio, echaba una mirada al retrovisor y volvía a prestar atención al camino que tenía adelante.  
De a poco el resplandor de la ciudad se fue agrandando. Pronto estuvieron entre sus luces. Buscaron un restorán entre los muchos que había. Cenaron casi sin hablar; él pensando en lo que creyó ver en el asiento de atrás, ella buscando una razón a la mala impresión que le causaba el auto.
Cuando volvían por la ruta, de repente Mariela dejó escapar un grito corto, y miró rápidamente sobre su hombro.

- ¡Algo tiró de mi cabello! - dijo Mariela mirando hacia atrás.

- ¿Qué? ¿Te enganchaste el pelo en algo?
- ¡No, algo me jaló el cabello!

Joaquín detuvo el auto en un costado de la ruta y se bajó, Mariela hizo lo mismo. Abrieron las dos puertas de atrás y revisaron bajo el asiento, sin encontrar nada. Volvieron a marchar, y al poco rato Joaquín sintió algo. Fue más que una sensación, sintió con claridad que una mano pequeña le daba varias palmadas en la cabeza. Reaccionó agachándose, movió bruscamente el volante y el auto zigzagueó, salió de la ruta y cayó en un profundo barranco.

Los dos murieron en el siniestro, pero el auto no quedó tan mal, y al poco tiempo alguien lo compró.

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